OBESIDAD Y SÍNDROME METABÓLICO:
EVOLUCIÓN BIOQUÍMICA NUTRICIONAL. DEL MUNDO DEL ARDIPITHECUS
RAMIDUS
AL
HOMO SAPIENS.
Oscar
Leonel Moncada D.
Postgrado
de Educación Física. Universidad de los Andes. Venezuela.
RESUMEN
La
evolución desde un homínido cuadrúpedo vegetariano de vida arbórea y con un
cerebro muy pequeño, a un bípedo de vida terrestre omnívoro, pero de tendencias
carnívoras, y con un cerebro de mayor tamaño y de funciones más complejas
produjo, en alguna forma, una modificación de sus hábitos de alimentación,
particularmente en la ingesta de ácidos grasos omega-3 de cadena larga. La
transición desde una alimentación vegetariana a una alimentación
omnívora-carnívora, obligó a los homínidos a modificar la fisiología y la
bioquímica de su nutrición. Fue necesario desarrollar insulino resistencia en
algunos tejidos, como el músculo esquelético, y desarrollar un cierto grado de
leptino resistencia para optimizar el uso de la glucosa en aquellos tejidos
estrictamente dependientes de este nutriente. Estos cambios se traducen en lo
que ahora se denomina el genotipo del «gen ahorrador», que finalmente se
expresa en un fenotipo que propicia la acumulación de grasa en respuesta a una
mayor necesidad de reserva de energía, la que ahora no es necesaria, lo cual
redunda en un aumento vertiginoso de la obesidad en la población. Este trabajo
revisa la evolución de la nutrición en diferentes etapas del desarrollo del
género Homo, con énfasis en la importante función de los ácidos grasos omega-3
de cadena larga en el desarrollo cerebral. También se analiza como las
modificaciones en la nutrición durante la evolución nos han conducido al
aumento de la obesidad que se observa actualmente en la población.
Palabras
claves: Ácidos grasos omega-3, desarrollo
cerebral, evolución humana, nutrición y evolución, síndrome metabólico,
obesidad.
¿Somos
lo que comemos? Es una pregunta que nutricionistas, médicos, y profesionales de
la salud y de las Ciencias Aplicadas a la Actividad Física, La Educación
Física y al deporte, siempre nos hemos
hecho con rigurosa observación y análisis científico. Y hoy más que una
pregunta es una premisa que sostenemos como una verdad insoslayable que nos
desnuda el complejo problema que presenta la obesidad en este siglo que recién
comienza.
Somos
producto de una cultura que privilegia el consumo incontrolado y sin
responsabilidad, como expresión de una estrategia basada en la ingesta de
alimentos desbalanceados y de poca calidad alimenticia, la cual nos ha llevado
que las enfermedades que produce el síndrome metabólico se encuentren entre las
primeras que causan más muertes en el mundo: Las enfermedades cardiovasculares,
la diabetes, el cáncer y las cerebrovasculares, tales como las apoplejías cerebrales, los derrames y los infartos
vasculares.
Y
porque somos lo que comemos. Porque nuestro organismo de alguna manera, refleja
la composición de nuestra dieta, al menos en el largo plazo.
Desde
este punto de vista, los ácidos grasos son quizás los mejores nutrientes que
reflejan junto a los microminerales, el contenido de la dieta en la composición
de nuestro organismo. Ahora bien, ¿actualmente comemos lo que deberíamos comer?
Al parecer no es así. Este breve ensayo se orienta a esbozar una realidad que está
allí, porque la obesidad sigue en aumento y los niveles de desnutrición y mala
alimentación es una característica que determina el aumento de complicaciones y
enfermedades.
Nuestra
línea de investigación se centra en la evolución que ha sufrido la composición
corporal en el ser humano para llegar a lo que hoy padecemos como un epidemia
que se extiende y que si no se detiene será una pandemia en el corto plazo: la
Obesidad y su efecto inmediato el Síndrome Metabólico.
Por
ello el propósito de este breve trabajo es en primer término en una síntesis
rigurosa exponer cómo ha evolucionado la nutrición desde el punto de vista
bioquímico desde nuestros lejanos antepasados hasta hoy en día. Luego
cerraremos con una exposición de algunas datos que nuestra línea de
investigación sobre el síndrome metabólico y la obesidad nos han brindado para
una análisis breve nos aproxime a unas primeras conclusiones desde la
bioquímica nutricional como una de las fuentes y herramientas que nos brindan
soluciones prácticas para atender el problema del sobrepeso y obesidad como
promotores de enfermedades mortales en los seres humanos. Porque en definitiva: ¡somos lo que comemos!
La evolución de la Bioquímica
Nutricional y la composición corporal.
La
bioquímica nutricional ha tenido una influencia determinante en l composición
de nuestro organismo, principalmente el rol que han tenido los ácidos
grasos omega – 3 de origen marino.
Nuestra genética, al parecer sigue siendo un patrimonio de información similar
al que tenían nuestros antepasados de la edad de piedra. (1). Las mutaciones
con efecto positivo, desde el punto de vista evolutivo, ocurren aproximadamente
cada cien mil años, por lo cual según el registros fósil que tenemos de los
primeros homínidos, no deberíamos registrar más de 20 o 30 mutaciones con
efecto positivo en nuestra nutrición. Por el contrario, se han producido
mutaciones con efectos negativos, y que han afectado nuestra capacidad de
adaptarnos al medio ambiente y/o nutrición. Un ejemplo es la perdida de la
capacidad para biosintetizar el ácido ascórbico a partir de la glucosa por
deficiencia de la enzima l – gluconolactona oxidasa, capacidad que si tienen
otros mamíferos, pero no los primates, incluidos los humanos (2), lo cual nos
deja sensibles a su carencia nutricional, tal como lo
expresa el Prof. Alfonso Valenzuela B.,
Laboratorio de Lípidos y Antioxidantes. Instituto de Nutrición y
Tecnología de los Alimentos (INTA), Universidad de Chile:
“en el pasado se reflejó en una gran incidencia
de escorbuto en numerosas poblaciones. ¿Genética de la edad de piedra y
nutrición de la era espacial?, al parecer así es. Nuestro patrimonio genético
no ha variado o ha variado muy poco, pero la nutrición actual es notablemente
diferente a la de nuestros ancestros. La figura 1 muestra
el cuadro evolutivo de los primates, en el cual se han elegido cuatro estadios del desarrollo evolutivo del hombre, y sobre
quienes discutiremos acerca de su nutrición y desarrollo”.
Este trabajo del profesor Valenzuela,
es muy esclarecedor de como la genética junto al proceso bioquímico de la
nutrición han configurado los somato tipos en la cadena evolutiva de los seres
humanos desde nuestros antepasados, y demuestra, que los padecimientos que el hombre moderno de hoy sufre, están más
vinculados a la bioquímica nutricional de adaptación que al determinismo
genético.
**Desde el Ardipithecus
ramidus AL Homo sapiens
El mundo del Ardipithecus
ramidus.
Hace
unos veinte millones de años, hacia los finales del mioceno, las condiciones
climáticas en la Tierra eran paradisíacas. Los casquetes polares eran de mucho
menor dimensión que los actuales, el nivel del mar era más elevado, y su
temperatura también era mayor, quizás semejante a la que presenta actualmente
en las regiones tropicales. Las regiones de ambos lados del ecuador presentaban
grandes selvas de vegetación exuberante que rodeaban el mundo de un cinturón
verde muy ancho, y que debería haber sido visible aún a gran distancia de
nuestro planeta (4). La fauna y la flora eran de una gran diversidad, hacía
millones de años que habían desaparecido los dinosaurios, y la fauna terrestre
estaba constituida por una inmensidad de insectos, arácnidos, reptiles y
mamíferos, entre ellos simios de diferente tamaño. A comienzos del Pleistoceno,
esto es, después de finalizado el mioceno, hace aproximadamente cinco millones
de años, en los bosques de lo que ahora es Kenia, Etiopía y Nigeria, habitaba
un mono hominoídeo muy bien adaptado a las condiciones climáticas de su
hábitat: el Ardipithecus ramidus (ramidus significa raíz en el lenguaje local)
(5). Era un mamífero de vida arbórea de aproximadamente 1,20 mts de altura,
cuadrúpedo, y esencialmente vegetariano. Su cerebro era pequeño, no mayor de
400cc de volumen, muy similar al de un chimpancé actual. Debido a que su
alimentación era esencialmente herbívora, su estructura dental, la más elemental
entre los homínidos, estaba adaptada para la ingestión de vegetales, esto es
incisivos espatulados especiales para cortar y muelas planas para moler y
triturar raíces, tallos, frutos, etc. Sus caninos estaban muy poco
desarrollados, a diferencia de los carnívoros de aquella época que poseían (y
aún poseen) caninos muy desarrollados, y muelas afiladas para desgarrar trozos
de carne y romper huesos. Una característica que vale la pena mencionar, es que
sus dientes de leche ya eran similares a los de un chimpancé actual (6). La
mandíbula del Ardipithecus estaba muy mal adaptada para la alimentación
carnívora, era esencialmente un vegetariano (7).
La
dieta del Ardipithecus estaba constituida por frutos, hojas, tallos, semilla,
raíces, etc., y probablemente de vez en cuando consumía pequeños insectos,
arácnidos, pequeños reptiles y huevos de estos. Su vida era arbórea y el
alimento lo obtenía con mucha facilidad, le bastaba estirar un brazo, o dar un
**: Esta exposición la hemos estructurado desde
la lectura e investigación al trabajo del Profesor Alfonso Valenzuela, el cual
está contenido en su ensayo publicado en la Revista de Nutrición de Chile el 20
de noviembre de 2007 bajo el título de: Evolución Bioquímica de la Nutrición:
DEL MONO DESNUDO AL MONO OBESO.
salto hacia una rama, para
encontrarlo. De esta forma, su alimentación era casi continua y esencialmente
rica en carbohidratos, por lo cual fisiológicamente necesitaba en forma casi
constante de secreción de insulina, aunque sin alcanzar niveles muy altos, ya
los carbohidratos complejos que mayoritariamente consumía el Ardipithecus, no
le producían variaciones bruscas de la glicemia. Deducimos, entonces, que la
sensibilidad a la insulina de sus tejidos debería haber sido alta,
característica que aún conservan los mamíferos herbívoros, y la mayoría de los
primates, aunque no ocurre en nuestro caso como discutiremos más adelante. El
Ardipithecus tenía, con seguridad, una vida muy sedentaria ya que no le costaba
esfuerzo físico el obtener su alimento. Por esta razón, su tejido adiposo
debería haber sido escaso y esencialmente de distribución subcutánea. No
necesitaba gran cantidad de tejido adiposo como reserva energética ya que sus
períodos de ayuno eran casi inexistentes, y dado la abundancia de vegetales en
su hábitat, no había hambrunas. Acumular energía en forma de grasas no le
aportaba ninguna ventaja evolutiva. Casi con seguridad, no había Ardipithecus obesos.
Nuestro antepasado tenía un cerebro
muy pequeño, probablemente porque este importante órgano es esencialmente un
tejido lipídico, y los lípidos no eran abundantes en su nutrición. Sin embargo,
hay un aspecto que es muy importante. El tejido cerebral no es rico en
cualquier tipo de lípidos, predominan en él los ácidos grasos poliinsaturados
omega-6 y omega-3 de cadena larga, destacando el ácido araquidónico (C20:4,
omega-6, AA) y el ácido docosahexaenoico (C22:6, omega-3, DHA). Estos ácidos
grasos se forman a partir de precursores, como el ácido linoleico para al AA y
el ácido alfa linolénico para el DHA (8). El ácido linoleico y el ácido
alfa linolénico son abundantes en las plantas oleaginosas, dicotiledóneas
arbustivas, esto es de pequeño tamaño al igual que las gramíneas; el AA es
abundante en los tejidos de origen animal; y el DHA solo en los vegetales y
animales de origen marino, por lo cual debemos suponer que nuestro pariente
lejano tenía un escaso acceso al ácido linoleico y alfa linolénico, un mucho menor
acceso al AA, y prácticamente un nulo acceso al DHA. Como resultado de esto, el
desarrollo de su cerebro fue muy lento, con lo cual también lo fueron sus
habilidades de aprendizaje, de memorización, y lo que es más importante, el
desarrollo de su inteligencia (9).
Aparece el Australopithecus
afarensis, nace el «genotipo ahorrador»
Un millón y medio de años después el
entorno paradisíaco en el cual vivía el Ardipithecus ramidus, en el este de
África, ya había comenzado a cambiar. Comenzaron períodos de sequía muy
prolongados, con lo cual las frondosas selvas fueron invadidas por desiertos en
continuo avance. La vida se hizo más difícil a nuestro pariente lejano, los
alimentos no eran tan abundantes en estas condiciones, por lo que virtualmente
se vio obligado a «bajar del árbol». Su andar cuadrúpedo no estaba adaptado
para recorrer grandes distancias en busca del alimento, por lo que comenzó en
él una modificación anatómica trascendental, se irguió y comenzó a trasladarse,
en un comienzo torpemente, en dos pies. Comenzó así la bipedestación, naciendo
evolutivamente el Australopithecus afarensis, un homínido bípedo, de largos
brazos, que aún practicaba la braquiación en las ramas de los árboles. Existe
un esqueleto casi completo de un ejemplar hembra de Australopithecus, se trata
de «Lucy» (bautizada así por la canción de los Beatles «Lucy in the sky with
diamonds» que el equipo investigador escuchaba cuando realizó su
descubrimiento), encontrada en 1974 en la localidad de Afar (de ahí de ahí
afarensis), a 150 kms de Addis-Abeba, en la actual Etiopía, por los
investigadores Donald Johanson y Tom Gray, pertenecientes al equipo de los
famosos los antropólogos y esposos Louis y Mary Leakey, y que tiene una data de
tres millones de años. La vida para Lucy, cuya edad se estima en veinte años y
su altura de 1,10 a 1,20 mts, a diferencia del Ardipithecus no era fácil. Los
ejemplares machos y hembras del Australopithecus debían caminar largas
distancias y bajo un sol abrasador en busca del alimento escaso, lo cual implicaba
un gran gasto energético. La dentadura de los Australopithecus nos indica que
seguían siendo esencialmente vegetarianos, con una dieta pobre en proteínas. Su
consumo de legumbres y cereales debe haber sido muy bajo, ya que estos
nutrientes son de difícil digestión crudos, y además contienen factores anti
nutricionales, que solo desaparecen después de la cocción, y fitatos que
disminuyen la absorción de microminerales. Su alimentación era intermitente y
de escaso valor nutricional. Lucy, a diferencia de sus antepasados, pasaba
hambre, un drama que aún persiste entre los homínidos. Su dieta seguía siendo
rica en carbohidratos complejos, aunque también comenzó a digerir pequeños
animales. De esta forma, cuando encontraba alimento, comía hasta saciarse, preparándose
así para los períodos de hambruna, los que deben haber sido muy frecuentes y
prolongados. El Australopithecus requirió, entonces, contar con una reserva
energética para enfrentar los períodos de «vacas flacas». Para esta reserva,
que mejor que los lípidos, los que se pueden acumular prácticamente en forma
anhidra, en gran cantidad en relación al peso del individuo, y cuyo aporte
energético es dos veces el de los carbohidratos y las proteínas.
Los períodos de adaptación a la
hiperfagia y a la hambruna, requirieron de modificaciones bioquímicas en la
regulación del metabolismo intermediario de Lucy. La alta sensibilidad a la
insulina de los tejidos insulino dependientes del Ardipithecus ramidus
(principalmente el adiposo y muscular), comenzó a modificarse en el
Australophitecus. Después de una gran «comilona» había que reservar energía
para la hambruna. Para esto era necesario dirigir la glucosa, el principal
nutriente, mayoritariamente al tejido adiposo para convertirla en triglicéridos
de depósito. El músculo esquelético, acostumbrado al trabajo corto y de poco
esfuerzo en el Ardipithecus fue obligado a realizar mucho más trabajo, grandes
caminatas, huida de depredadores, perseguir la «comida», etc., por lo cual se
adaptó a utilizar preferentemente ácidos grasos como combustible metabólico en
vez de glucosa, tan necesaria para aquellos tejidos que son estrictamente
dependientes de la glucosa como el cerebro y los eritrocitos. De esta forma,
aumentó la sensibilidad a la insulina del tejido adiposo, para acumular
triglicéridos, y disminuyó la sensibilidad a la insulina del tejido muscular,
para ahorrar glucosa (10). Se iniciaba el «genotipo ahorrador», caracterizado
por una sensibilidad diferencial a la insulina por parte del tejido adiposo y
muscular (11).
Otro proceso bioquímico que debe
haber iniciado su presencia en el Australopithecus, es un cierto grado de
leptino resistencia. La leptina (del griego lepthos, delgado), hormona
secretada principalmente por el tejido adiposo, inhibe el «centro del hambre»
en el cerebro, indicando la condición de saciedad (12). Cuando Lucy encontraba
alimento debía comer hasta saciarse, o más aún si era posible, por lo cual,
para que esto ocurriera, era necesario crear cierta condición de leptino
resistencia por parte de centro del hambre ubicado en el hipotálamo cerebral.
De esta manera Lucy tenía la posibilidad de acumular más reservas energéticas
en el tejido adiposo. ¿Dónde acumular la grasa? Si bien fue posible que
aumentara la grasa subcutánea, esta tiene una limitación, ya que afectaría la
transferencia de calor, por lo cual fue necesario «ubicar» el exceso de grasa
en otra distribución anatómica. Esta no debería afectar los requerimientos
anatómicos derivados de la bipedestación. Por ejemplo, no podría acumularse en
una joroba como en los dromedarios, o en el cuello o la cabeza como en algunos
mamíferos marinos. La mejor distribución parece haber sido alrededor de los
órganos digestivos, en la cintura, y en la región glúteo femoral. Ambos sexos
optaron evolutivamente por una distribución diferente. Las hembras
desarrollaron una distribución principalmente glúteo femoral, en cambio los
hombres derivaron mayoritariamente hacia un depósito en la cintura y en la
barriga. De esta forma, con el Astralopithecus afarensis habría nacido la
sensibilidad diferencial a la insulina, una tendencia a la leptino resistencia,
y el inicio de la obesidad ginoide y androide. Estamos en la antesala del
«mono obeso» (13).
El cerebro de Lucy era solo algo
mayor que el del Ardipithecus ramidus, alcanzando los 450 cc. Sin embargo,
suponemos que había aumentado su consumo de oleaginosas ricas en ácidos grasos
omega-6, con lo cual aseguraba un adecuado aporte de ácido linoleico para la
formación de AA para el cerebro. El aporte de ácido alfa linolénico no debería
haber sido limitante, por lo cual tampoco debería haber sido baja la
biosíntesis de DHA, aunque no tenemos antecedentes del consumo de vegetales y
de animales marinos que le aportaran DHA en forma directa (14). Sin embargo, ya
tenía la capacidad para utilizar sus manos para el uso de «herramientas», tales
como piedras y/o troncos, lo que le permitió el acceso a una modificación de su
alimentación trascendental para el desarrollo de su cerebro y de sus
capacidades de aprendizaje e inteligencia.
El Homo ergaster, un
vagabundo y carroñero que consolidó al «mono obeso»
Un millón y medio de años después de
la aparición de Lucy, o un millón y medio de años antes de nuestra era, ya se
había iniciado el Pleistoceno, etapa evolutiva caracterizada por una notable
disminución de la temperatura terrestre, por el retroceso de los mares, y por
el aumento del hielo en los casquetes polares. La vida era mucho más difícil en
la Tierra. En este ambiente inhóspito se desarrolló el primer individuo del género
Homo, no sabemos si fue un descendiente directo del Australopithecus afarencis
o de otra línea evolutiva de la cual no tenemos registro fósil. El llamado
«niño de Turkana» es un ejemplar casi completo del primer Homo. Un niño de
entre nueve y doce años de edad que había muerto hace 1,54 millones de años, y
que fue hallado en 1984 por el Dr. Richard Leakey (hijo de Louis y Mary Leakey)
en los alrededores del lago Turkana, en la actual Kenia. Se trata del Homo
ergaster, (que significa «hombre trabajador»), un homínido muy semejante a
nuestra apariencia actual, que podía medir hasta 1,80 mts y con un volumen
cerebral de 1000 cc, un 60% de nuestro volumen cerebral. Al Homo ergaster,
quien podría haber sido el primer Homo erectus (15), le tocó vivir en condiciones
mucho más duras aún que sus antecesores. Evolutivamente debió definir un cambio
trascendental: o consolidarse como un herbívoro o convertirse en un
omnívoro-carnívoro «a la fuerza» (16). ¿Por qué así? Los herbívoros tienen un
sistema digestivo mucho más complejo y más grande que los carnívoros, ya que su
proceso digestivo es más prolongado. Esto los obliga a tener un cuerpo de mayor
tamaño, pesado, y de movimiento lento. Por el contrario, los carnívoros tienen
un sistema digestivo más corto, ya que el proceso de digestión de sus
alimentos, principalmente carne y grasa, es mucho más rápido que en los
herbívoros, con lo cual pueden ser de menor tamaño, más ágiles y rápidos,
condición esencial para alcanzar sus presas. El Australopithecus afarensis,
desarrolló un sistema digestivo más similar al de los carnívoros, sin
serlo, que al de los herbívoros, con lo cual, el Homo ergaster, aunque no
tengamos certeza que sea su descendiente directo, tenía la misma estructura en
su sistema digestivo. Su estructura anatómica lo obligó a seguir el camino de
los omnívoros-carnívoros, abandonando para siempre la opción de ser un
herbívoro.
El Homo ergaster recorría las
tundras, pantanos, y las pocas praderas existentes en aquél período, en busca
del alimento, probablemente en grupos, ya que así era más fácil conseguir el
tan necesario alimento. Quizás, fue de esta forma como comenzó la
sociabilización del género Homo. El Homo ergaster inició el mito, en términos
elegantes, del «cazador-recolector», ya que en realidad era esencialmente un
vagabundo carroñero. Su esporádica alimentación dependía de la caza y de la
recolección de semillas, frutos, tallos, etc. Imaginamos que los machos se
dedicaban a la caza y las hembras a la recolección. Sin embargo, para la caza
debían competir con cazadores «de verdad», animales rápidos, provistos de
garras, de dientes, y mandíbulas adaptadas para capturar, matar, y destrozar a
la víctima. Poco de esto podía hacer el Homo ergaster, por lo cual tuvo que
desarrollar otras habilidades. Se alimentaba de la carroña que dejaban otros
animales (y aves) carnívoros, pero con una ventaja trascendental desde el punto
de vista evolutivo. Con sus manos, semejantes a las nuestras, comenzó a
utilizar, y probablemente a elaborar, utensilios para raspar y destrozar
huesos. Por ejemplo, pudo alcanzar la médula ósea de los grandes huesos, y lo
que es más importante, pudo destrozar el cráneo de la víctima teniendo acceso
al tejido cerebral. No se descarta que ejerciera con frecuencia el canibalismo.
De esta forma, el Homo ergaster tuvo acceso a lípidos de alto valor
nutricional, y lo que es más importante, con un alto contenido de ácidos grasos
omega-6 y omega-3, tales como el AA y el DHA. Por añadidura, no solo cazaba y
carroñeaba animales terrestres, también comenzó a alimentarse de productos de
origen marino, con lo cual también tuvo un acceso directo al DHA, ácido graso
fundamental para el desarrollo y la función del cerebro y del órgano visual
(17, 18).
Y…..
Apareció el Homo Sapiens Sapiens.
Hemos considerado importante traer
esta parte de la investigación del autor para acercarnos a la realidad de hoy. Actualmente
se considera que todos los seres humanos provenimos del Homo ergaster. Esto ha
sido demostrado por análisis de DNA mitocondrial. En el proceso evolutivo
lentamente se fueron consolidando diferencias fenotípicas en estos emigrantes,
como el hombre de Pekín en Asia, el Hombre de Java en Oceanía, el Homo
helderbengensis en Europa, y el famoso Homo neanderthalensis encontrado en 1856
por obreros en una cantera del valle de Neander, a orillas del río Düssel,
Alemania. No existen descendientes vivos de estos emigrantes, al parecer
desaparecieron en el tiempo. Sin embargo, algunos descendientes del Homo
ergaster permanecieron en África, desarrollándose en forma independiente. Su
cerebro aumentó en tamaño y complejidad, originando la única especie humana que
hoy día puebla la tierra, el Homo sapiens sapiens (21). A pesar de nuestras
diferencias físicas, que son solo adaptaciones al medio ambiente, todos los
humanos descendemos de un grupo pequeño de antepasados que vivieron en África
hace unos cuatrocientos mil años, probablemente en la gran depresión geológica
conocida como Valle de Rift. De este grupo de emigrantes destaca el Hombre de Cromañón,
un individuo que fue capaz de resistir las glaciaciones posteriores al
Pleistoceno, y que duraron hasta hace solo quince mil años atrás. El fósil de
este homínido fue encontrado por obreros ferroviarios en un barranco llamado Cromañón,
cerca de Les Eyzies, Francia.
El Hombre de Cromañón, era un
individuo alto, de aproximadamente 1,80-1,90 mts, poco macizo, de huesos largos
y poca musculatura, muy ágil, y un experto cazador, conocedor del fuego y más
tarde artífice del hacha, el arco, y la flecha. Su dieta, mayoritariamente
carnívora, era hiperproteica, muy similar a la de los Inuits (esquimales)
actuales, quienes ingieren el 50% de sus requerimientos energéticos en la forma
de proteínas. El único mecanismo fisiológico que permite sobrevivir a una dieta
hiperproteica es la insulino resistencia, ya consolidada en estos Homos. La insulino resistencia conlleva un hiperinsulinismo, el que a su vez
estimula la actividad biosintética del tejido adiposo, la que se expresa en una
acumulación de triglicéridos en los adipocitos.
El Homo Sapiens Sapiens, aprendió a
cultivar su propia comida. Se convirtió en hombre agrícola y a domesticar
animales para su propio consumo. Es la etapa agrícola iniciada hace cincuenta
mil años atrás. Lo resaltante de ello es que en ese periodo hacia acá no han
ocurrido grandes cambios en sus hábitos alimentarios, aunque el consumo de
cereales nuevamente al mundo vegetal, transformando el carácter netamente
carnívoro a uno más omnívoro – carnívoro mal adaptado. Por ejemplo, el arroz fue inicialmente
domesticado en Asia, India y China, hace aproximadamente 7000 años, y el maíz
inicio su cultivo en México y América Central hace unos 8000 años. A pesar de
estos cambios nutricionales del Homo Sapiens, su genética ya estaba determinada
se había consolidado la insulino resistencia y probablemente una leptino
resistencia. El tejido adiposo, antes un reservorio de energía para las etapas
de hambruna, se convirtió en un reservorio de los excedentes energéticos, sin
que ocurriesen en forma constante períodos de hambruna. Ya estamos casi frente
al mono obeso actual. La revolución industrial, iniciada durante la segunda
mitad del siglo pasado, consolidó una mayor disponibilidad de alimentos. El
hombre aprendió no solo a cultivar y producir sus alimentos, también aprendió a
procesarlos, a conservarlos, y a mejorarlos desde el punto de vista nutricional
y energético.
Efecto metabólico de la
insulino-resistencia diferencial. Síndrome Metabólico y obesidad.
1.- La glucosa estimula la secreción
de insulina en el páncreas (2). 3.- La insulina pancreática favorece la
disponibilidad de glucosa en el tejido adiposo y el depósito de lípidos. 4.- La
insulina resistencia muscular disminuye el uso de glucosa. 5.- Se produce una
alta disponibilidad de glucosa para el cerebro. 6.-El tejido muscular
metaboliza preferentemente ácidos grasos provenientes del tejido adiposo.
En la actualidad, un segmento
importante de la población del mundo tiene amplia disponibilidad de alimentos
de todo tipo, dispone de recursos para poder adquirirlos, los encuentra todos
en los supermercados, ya no sale a «cazarlos» o a «recolectarlos», no corre
para obtenerlos, ya que utiliza su automóvil, o los compra por Internet y los
recibe en su propio domicilio. Este Homo sapiens sapiens, que es sin lugar a
dudas inteligente, heredó de sus antepasados una insulino resistencia y una
leptino resistencia que ahora no necesita, el «gen ahorrador» sigue
expresándose sin que se requiera de su acción. El resultado, todos lo
conocemos. La epidemia de obesidad que invade los países desarrollados y ahora
a los del tercer mundo, es una realidad. El síndrome metabólico afecta por lo
menos al 40% de la población occidental en dos o más de sus manifestaciones
(23). Es el Homo sapiens sapiens actual. ¿Deberíamos llamarlo Homo sapiens
obesus?, producto de que su bioquímica nutricional viene determinada ya no por
la necesidad sino por una cultura que establece un mal comer y exceso de
comidas para algunos y poca comida para otros. Hay un desbalance en la ingesta
nutricional que no se adecua a los requerimientos actuales. Pareciese que el
chips instalado en nuestra memoria antropológica está determinando la epidemia
actual. Solución: una Bioquímica Nutricional más balanceada con actividad
física para el manejo de la Obesidad y el Síndrome Metabólico y prevenir las
enfermedades que producen.
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